Carolina Silva Rodé: Samurai
soñé con una habitación de diez metros cuadrados
obscena y excesiva
bárrida
jamás visito casas de techos bajos o un solo piso
y conozco bien la arquitectura ascética de fin de siglo
mis hermanos, en silencio, se dispersan por otras habitaciones
pero yo lucho aún con la luz azulada y fría del crepúsculo
quieta contra la pared, pensando
que si yo vivo en un rincón del cuarto
el resto lo habitará la idea de que no debería estar sola.
Francisco Álvez Francese: Ruido
1
Deja la casa. Y es el silencio que sigue a su salida (atrás queda el ruido metálico
del cerrojo, la llave que casi puedo ver activando el mecanismo de pasadores y resortes) lo que me despierta.
El instante es de extraña satisfacción, como si hubiera concluído
una difícil tarea: él está ahora afuera, a su día,
y el nuestro empieza.
2
Grito de las golondrinas:
es el cielo el que tuerce el hierro con los ojos apretados
y la noche lleva con sus manos estos restos, el eco agudo que pasa las torres del teatro, el campanario, el baldío de plantas agitadas y esa marca de sombra tras la escalera.
Así la esperamos: como si fuera la ola suave que viene tras nosotros.
Isabel Retamoso: Silencio
Se retorció en la pira como un monstruo violeta. Tomé la mano de mi hermana mientras el infierno comenzaba a deshacerse bajo nuestros pies; Mariana extendió los dedos hasta que rozaron el fuego y no dijo nada. Tiene el silencio cavado en los ojos. Después, con la soltura de un adulto caminó hasta la intersección de los caminos y con las plantas negras pateó el polvo hasta volverlo hoguera; cuando corrí hacia ella ya era tarde, ya se había ido. Miré a mi madre, sentada en la entrada de la casa, los ojos húmedos y el pelo elevándosele como una pesadilla.
No va a volver.
Francisco Álvez Francese: El hijo único
Teníamos que imaginarnos el resto: el largo camino desde donde la arena se convierte en agua hasta el palo con el que juega el perro
y esos dos puntos eran señales de un mundo que podíamos tocar,
que veíamos estirarse y llenábamos de nombres, sombras, el reflejo de una mano apoyada en el hombro,
la noche queriendo irrumpir en medio del día, buscando un resquicio
para entrar cubierta de niebla.
Era cuestión apenas de oler y ahí estaba el día puesto como una pista,
estirado frente a nosotros, a nuestro paso delicado entre las piedras.
Era un gesto y nada más, pero todo el resto lo poníamos nosotros:
había que decir las palabras lentamente, para no despertar sospecha; la lámpara extranjera
brillaba sobre la cuesta y quería indicar que habíamos llegado. Eso nos decíamos
—»llegamos»—, mientras las voces se perdían a lo lejos.
*
Porque cuando vuelvo al cuarto solo y está oscuro
el eco repite sin articular, recuerda: Soy el hijo único.
Carolina Silva Rodé: Monte VI
monte sexto ya no es para mí
más que una historia sobre el nombre
de esta ciudad. un galimatías
sin significado ni verdad.
pero ese galimatías devino del viento
que gritaba, masculinísimo
ese grito alimentaba mi descubrimiento
de un nuevo proceso cognitivo: la explicación.
la explicación de lo ya ampliamente explicado
y de lo que no necesitó nunca explicarse
y exigir explicaciones
de los idiomas prosódicos infinitos
de los caminos intrazables que los traían hasta mí
de los truenos y las torres soberbias
de la palabra fractal
y sus implicaciones
y
de las míticas y místicas fronteras
de la internacionalidad, o
del reino de dios, pero un dios
compasivo, que admite la ciencia.
mis abuelos callaban a dios
entre nosotros, presumiéndonos demasiado jóvenes
para perdonar semejante error
Isabel Retamoso: Frío
Creo que el suelo se abrirá una vez que empiece el frío
cuando la estufa se apague
y mis primos dejen de correr por el patio
y mis versiones niñas bajen del árbol con sus rodillas manchadas;
partirán baldosas
la tierra negra dejará ver sus raíces podridas
anuncios de los muertos que soy
que prometí ser